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lunes, 11 de mayo de 2015

Triunfadela: díptico escénico del poder y la locura



por Yohayna Hernández

 Pero bueno, ustedes nacieron para vencer. Así que, arriba que este es tu momento”
Variedades Galiano, El Ciervo Encantado

Tengo que comenzar estas palabras con una confidencia: mi disfrute desbordado del café-teatro La última (es)cena de El Ciervo Encantado y, en particular, de la mesa de la crítica en la que yo aparecía como una de las voces (re)presentadas. Estar frente a esa copia, cual doble teatral… ante la recurva de la imagen (de)formada, los gestos, los pensamientos, los conceptos, las batallas y las “luchitas” que uno sitúa en los terrenos de la crítica teatral, lo leía como una burla, una ironía, un compromiso, un choteo, una crítica de la crítica de un alto nivel de elaboración formal. No paré de reír y de pensar, de mirar(los), mirar(me) y mirar(nos) con la misma desolación que otras máscaras y seres de El Ciervo Encantado me han producido en mis encuentros sistemáticos con su poética como espectadora.

Hay en las artes en Cuba, y en el teatro por su naturaleza esto cobra mayor fuerza y peso, la voluntad de constituirse en una cierta sintomatología de la sociedad en contraste con los discursos y las ficciones que se elaboran desde las instituciones de poder. ¿Qué relación hay entre la Cuba que uno vive, la Cuba que se fabrica en la literatura, el cine, las artes visuales, el teatro y la Cuba de los medios de comunicación, los museos, las organizaciones de masas y políticas, la televisión cubana, las consignas, las vallas y la iconografía de la ciudad? ¿Cómo “machea” una superfi cie con otra, “la Revolución pujante y victoriosa sigue adelante” con “el si no sabes no te metas”? ¿Los cincos con el sexto?

Triunfadela, el nuevo perfomance en escena de El Ciervo Encantado, pone encima de las tablas el arquetipo del poder en Cuba. Una especie de Superman reciclado (con su capa de naylon, cuchara por nariz, “cubo” en la cabeza y botas con espuelas), con una enorme panza cual Ubú Rey a lo cubano y dos micrófonos (tuberías) que le salen del estómago, de las tripas. Este ser monstruoso, cuyo discurso político se elabora desde la panza1, nos intimida y nos provoca con tres gestos repetitivos: el puño apretado y enérgico (como objeto parcial), una mirada fija que te atraviesa, te interroga y te excita y el “parapanpan” (guachineo político, hipertrofia del lenguaje), síntesis de lo ejecutable y lo indecible, voz y ritmo de la arenga política cubana.

Sin embargo, aunque esta parodia, artificio, máscara del poder que nos habla desde una tribuna escénica pudiéramos leerlo como la exploración central de Triunfadela, considero que a las lecturas que se van por este camino, se les agota muy rápido la propuesta. Porque Triunfadela no pone el dedo únicamente –al menos desde mi experiencia como espectadora que lo disfruta a unos niveles inexplicables–, sobre la llaga de la representación del poder. Triunfadela explora, de forma crítica, el “nosotros” como público en relación con ese arquetipo, con esa energía. Digamos que el “progreso”2 de esta obra patafísica3 de El Ciervo hay que pensarlo más en términos relacionales que discursivos o narrativos. Fijémonos cómo en el programa de mano el público asistente forma parte del equipo de creación. El público como espacio de posibilidad de existencia de la obra. De este modo, la paradoja que me plantea Triunfadela es cómo librarme de esa dimensión monstruosa, de ese “parapanpan” (simbólico y real) al que respondo (y respondemos) de manera automática.

Que una obra me provoque y me distorsione en esos términos, que me saque de mi espacio de control, de mi comodidad reflexiva o sensorial desde la autonomía de la forma teatral, es algo que persigo en mis cacerías de espectadora e investigadora. Porque creo en “la impertinencia” de esos dispositivos como idea del teatro y del arte hoy. En la poética de El Ciervo Encantado hay una dramaturgia profundamente crítica y lúdica a un mismo tiempo. Nelda Castillo combina, y Triunfadela es otra muestra de ello, una lógica del divertimento popular con otra de la distancia crítica. Y estas operaciones no solo funcionan a nivel de construcción dramatúrgica, sino desde la propia naturaleza de los materiales (musicales, escénicos, visuales, audiovisuales, actorales y las fuentes de investigación) que la directora fusiona.

A partir de este ángulo Triunfadela se presenta como un díptico o estructura abierta y pendular entre la ironía iconoclasta de Nicolasito Guillén Landrián (Taller de Línea y 18) y la cívica y parodia escénicas de Nelda Castillo, entre el espacio de actuación de Mariela Brito, esa actriz que traduce desde una constante metamorfosis corporal la estética de El Ciervo y el espacio del testimonio, del joven estudiante de Artes Plásticas en Servicio Militar Activo, Lázaro Saavedra Nandes, entre el espacio del decir (la tribuna desde la que habla el arquetipo del poder, el proceso asambleario de los obreros del taller en el documental proyectado, el discurso que como espectadores tenemos que reproducir y aplaudir en la asamblea escénica cuando “nos dan la palabra”, en el que todo es éxito, meta cumplida, progreso económico, social, científico, educativo según la visión de los fragmentos extraídos de nuestra prensa plana oficial) y los modos del hacer (el entrenamiento militar que reproduce escénicamente Lázaro Saavedra Nades, la reacción ante la participación escénica4 a la que somos convocados como público: los aplausos, ovaciones, las maneras de leer los diferentes comunicados y la votación “unánime” final.

Y justo en esta distorsión entre lo que se piensa, lo que se dice, lo que se hace
y lo que se ve, en las fi suras entre estos espacios, aparece el paisaje de la locura (que nos incluye también como público). Y en ello se concentra la fuerza política del presente performance. Porque lo interesante de este díptico del poder y la locura es cómo lo anterior está traducido formalmente en la estructura profunda de Triunfaleda. Nelda Castillo construye un universo escénico fragmentado en el que los espectadores funcionamos como bisagras. Esta forma del collage contiene en sí misma una autocrítica que se produce desde la combinación de los materiales y permite la percepción consciente del choque de un mundo oculto en otro: la precariedad material, espiritual y cívica tras la imagen triunfalista (“Nuevos retos, nuevas victorias”) del discurso del poder.

Tanto en Variedades Galiano y Rapsodia para el Mulo, como en Cubalandia y Triunfadela observo un desplazamiento en esa metáfora de lo cubano que El Ciervo Encantado elabora. Desde una urgencia por conectarse con zonas más específicas de la Cuba actual, irrumpen en el escenario subjetividades como la Claria, el Mulo, la China, el Cabilla…, mezcla de lo ficcional y lo real (el buzo, el carretillero, el cuentapropista, el ex presidiario), cuerpos que documentan el fracaso de la utopía política. Esta deriva escénica de los excluidos, estos ingredientes que quemaron el ajiaco y que emergen del fondo del caldero social a la superficie del escenario (“en fi la india y con entusiasmo”)5, producen una apertura formal en la naturaleza de los materiales y en las maneras de componerlos, las grietas de lo real descarnado6 atraviesan entonces el paisaje simbólico.

Y más allá de lo que puedo poner en ideas, hay algo que me emociona de Triunfadela. Ver el documental de Nicolasito Guillén Landrián, Taller de Línea y 18 (1971), más de 40 años después, en el Taller de El Ciervo Encantado. Hay una mística del espacio y del tiempo en el acto de mirar ese documental en ese lugar. Un ahí y ahora teatrales que se refuerzan ante el acontecimiento de develar escénicamente que habitamos un espacio marcado por las huellas de la cultura (humana, histórica, artística y política)7. Y lo anterior se hace visible en el diálogo entre la obra audiovisual de Landrián, el espacio físico y el performance en escena de Nelda Castillo. Y para mí, como espectadora, ese gesto también se convierte en una obra que se llama Triunfadela. Como igual de emocionante es disfrutar el testimonio del joven en servicio militar y pensar el diálogo artístico entre la obra de Lázaro Saavedra (padre), la exposición actoral del hijo y la poética de El Ciervo Encantado. Y para mí, como espectadora (repito), ese gesto también se convierte en una obra que se llama Triunfadela.

Notas:
1 Mientras miraba esta máscara pensaba en la puesta en escena La panza del caimán, del grupo camagüeyano Teatro del Espacio Interior.
2 No me gusta esta categoría para analizar las estrategias de construcción de este tipo de teatralidad, pero la utilizo conscientemente para estar a tono con algunos amigos con los que discutía sus impresiones sobre la obra y me planteaban que no “progresaba”.
3 Así la definen las palabras del programa de mano.
4 Hay una relación entre participación escénica y participación política que la obra plantea de modo bien crítico. Desde los momentos más notables como cuando le dan la palabra a los espectadores y les entregan por escrito lo que tienen que decir, o cuando hacen la votación y declaran una unanimidad que no es cierta, hasta las reacciones y relaciones particulares de los espectadores a partir de la interacción con la propuesta. Tuve la posibilidad de ver dos funciones completamente diferentes debido a ello.
5 Nelda Castillo: “Variedades Galiano”, en El Ciervo Encantado. Textos de la memoria, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2012.
6 Grafitis, grabaciones, audiovisuales, el orine de la actriz en Variedades Galiano y en Rapsodia…, la prensa plana, por solo poner algunos ejemplos.
7 Una sensación similar sentí en el café-teatro La última (es)cena cuando develaron el vitral de su sede anterior, la capilla de la Casa de 5ta y D, en la que falleció el general Máximo Gómez.

 Tomado de El Comején, Boletín Digital de Crítica de Espectáculos, Marzo-Abril de 2015

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