Inspirado
en el poema de José Lezama Lima y en la zona más cruda de la realidad actual de
la Isla, Rapsodia para el mulo constituye
un acto de absoluta radicalidad. El cuerpo desnudo y en permanente tensión de
la actriz deviene aquí el principal escenario del conflicto, la manifestación
de un derrumbe, la evidencia de un aniquilamiento. El espectáculo confronta la
visión utópica de la Cuba ideal al tiempo que corporiza los complejos procesos
que tienen lugar al interior de la sociedad cubana de hoy. La crudeza de las
imágenes obliga a una mirada distinta hacia un contexto en el que no debemos
actuar como simples espectadores.
Vuelto
a su condición animal, vaciado de toda capacidad reflexiva, el cuerpo del
performer deambula en un espacio que alude a la calle misma como escenario
ideologizado, en el que se destacan una consigna triunfalista (“Del combate
diario a la victoria segura”) y la silueta del Che Guevara. Ese ámbito es
cualificado por una sonoridad que utiliza el registro integro de un programa
radial cubano en el que se difunde música instrumental ligera, fundamentalmente
versiones de temas muy populares, y breves y superficiales “noticias”, que una azucarada
locutora presenta a los oyentes como “gotas de saber”.
En
Cuba se llama mulos a las personas que cargan en carretillas manufacturadas
todo tipo de cosas. En este caso se acumulan escombros y desperdicios que aluden
a aspectos bien precisos de nuestra historia bien reciente: un fragmento de
capitel derruido, una foto familiar antigua, una bandeja de comida de las
usadas en las escuelas en el campo y en las grandes movilizaciones, varios
libros de marxismo. Se trata, no
obstante, de una recolección sin
objetivos, acaso una simple limpieza del campo después de la batalla. Como la
acción de Sísifo la que aquí se muestra no tiene fin ni propósito, pero tampoco
es un castigo. Acaso un mero reflejo, un gesto inercial que permanece en medio
de un mundo totalmente destruido. La única pregunta de este extraño ser alude a
ese contexto: “¿Y por fin Cuba, en qué paró?”.
Denuncia
y exorcismo, llamado a recuperar la conciencia, el performance se presenta como
una instalación en movimiento que quiebra la ficción para arrostrar al
espectador una imagen no complaciente del sí mismo. Un cuerpo en total abandono
que, sin embargo, se resiste a dejar de existir propone desde su acción una
nueva reconfiguración del tiempo y el espacio, donde las ausencias hablan. El
cuerpo aparece como registro borrado o mutilado de la historia, en una
inversión definitiva de la configuración épica de nuestro devenir.
Con
este trabajo, El Ciervo Encantado junta sus dos líneas de trabajo. Una que se
define por la creación de espectáculos teatrales a partir de una peculiar
investigación en la memoria del ser cubano y otra que signada por la urgencia
que presupone participar con una reflexión viva sobre el presente está
conformada por performances e intervenciones públicas.
Jaime Gómez Triana