lunes, 11 de mayo de 2015

Triunfadela: díptico escénico del poder y la locura



por Yohayna Hernández

 Pero bueno, ustedes nacieron para vencer. Así que, arriba que este es tu momento”
Variedades Galiano, El Ciervo Encantado

Tengo que comenzar estas palabras con una confidencia: mi disfrute desbordado del café-teatro La última (es)cena de El Ciervo Encantado y, en particular, de la mesa de la crítica en la que yo aparecía como una de las voces (re)presentadas. Estar frente a esa copia, cual doble teatral… ante la recurva de la imagen (de)formada, los gestos, los pensamientos, los conceptos, las batallas y las “luchitas” que uno sitúa en los terrenos de la crítica teatral, lo leía como una burla, una ironía, un compromiso, un choteo, una crítica de la crítica de un alto nivel de elaboración formal. No paré de reír y de pensar, de mirar(los), mirar(me) y mirar(nos) con la misma desolación que otras máscaras y seres de El Ciervo Encantado me han producido en mis encuentros sistemáticos con su poética como espectadora.

Hay en las artes en Cuba, y en el teatro por su naturaleza esto cobra mayor fuerza y peso, la voluntad de constituirse en una cierta sintomatología de la sociedad en contraste con los discursos y las ficciones que se elaboran desde las instituciones de poder. ¿Qué relación hay entre la Cuba que uno vive, la Cuba que se fabrica en la literatura, el cine, las artes visuales, el teatro y la Cuba de los medios de comunicación, los museos, las organizaciones de masas y políticas, la televisión cubana, las consignas, las vallas y la iconografía de la ciudad? ¿Cómo “machea” una superfi cie con otra, “la Revolución pujante y victoriosa sigue adelante” con “el si no sabes no te metas”? ¿Los cincos con el sexto?

Triunfadela, el nuevo perfomance en escena de El Ciervo Encantado, pone encima de las tablas el arquetipo del poder en Cuba. Una especie de Superman reciclado (con su capa de naylon, cuchara por nariz, “cubo” en la cabeza y botas con espuelas), con una enorme panza cual Ubú Rey a lo cubano y dos micrófonos (tuberías) que le salen del estómago, de las tripas. Este ser monstruoso, cuyo discurso político se elabora desde la panza1, nos intimida y nos provoca con tres gestos repetitivos: el puño apretado y enérgico (como objeto parcial), una mirada fija que te atraviesa, te interroga y te excita y el “parapanpan” (guachineo político, hipertrofia del lenguaje), síntesis de lo ejecutable y lo indecible, voz y ritmo de la arenga política cubana.

Sin embargo, aunque esta parodia, artificio, máscara del poder que nos habla desde una tribuna escénica pudiéramos leerlo como la exploración central de Triunfadela, considero que a las lecturas que se van por este camino, se les agota muy rápido la propuesta. Porque Triunfadela no pone el dedo únicamente –al menos desde mi experiencia como espectadora que lo disfruta a unos niveles inexplicables–, sobre la llaga de la representación del poder. Triunfadela explora, de forma crítica, el “nosotros” como público en relación con ese arquetipo, con esa energía. Digamos que el “progreso”2 de esta obra patafísica3 de El Ciervo hay que pensarlo más en términos relacionales que discursivos o narrativos. Fijémonos cómo en el programa de mano el público asistente forma parte del equipo de creación. El público como espacio de posibilidad de existencia de la obra. De este modo, la paradoja que me plantea Triunfadela es cómo librarme de esa dimensión monstruosa, de ese “parapanpan” (simbólico y real) al que respondo (y respondemos) de manera automática.

Que una obra me provoque y me distorsione en esos términos, que me saque de mi espacio de control, de mi comodidad reflexiva o sensorial desde la autonomía de la forma teatral, es algo que persigo en mis cacerías de espectadora e investigadora. Porque creo en “la impertinencia” de esos dispositivos como idea del teatro y del arte hoy. En la poética de El Ciervo Encantado hay una dramaturgia profundamente crítica y lúdica a un mismo tiempo. Nelda Castillo combina, y Triunfadela es otra muestra de ello, una lógica del divertimento popular con otra de la distancia crítica. Y estas operaciones no solo funcionan a nivel de construcción dramatúrgica, sino desde la propia naturaleza de los materiales (musicales, escénicos, visuales, audiovisuales, actorales y las fuentes de investigación) que la directora fusiona.

A partir de este ángulo Triunfadela se presenta como un díptico o estructura abierta y pendular entre la ironía iconoclasta de Nicolasito Guillén Landrián (Taller de Línea y 18) y la cívica y parodia escénicas de Nelda Castillo, entre el espacio de actuación de Mariela Brito, esa actriz que traduce desde una constante metamorfosis corporal la estética de El Ciervo y el espacio del testimonio, del joven estudiante de Artes Plásticas en Servicio Militar Activo, Lázaro Saavedra Nandes, entre el espacio del decir (la tribuna desde la que habla el arquetipo del poder, el proceso asambleario de los obreros del taller en el documental proyectado, el discurso que como espectadores tenemos que reproducir y aplaudir en la asamblea escénica cuando “nos dan la palabra”, en el que todo es éxito, meta cumplida, progreso económico, social, científico, educativo según la visión de los fragmentos extraídos de nuestra prensa plana oficial) y los modos del hacer (el entrenamiento militar que reproduce escénicamente Lázaro Saavedra Nades, la reacción ante la participación escénica4 a la que somos convocados como público: los aplausos, ovaciones, las maneras de leer los diferentes comunicados y la votación “unánime” final.

Y justo en esta distorsión entre lo que se piensa, lo que se dice, lo que se hace
y lo que se ve, en las fi suras entre estos espacios, aparece el paisaje de la locura (que nos incluye también como público). Y en ello se concentra la fuerza política del presente performance. Porque lo interesante de este díptico del poder y la locura es cómo lo anterior está traducido formalmente en la estructura profunda de Triunfaleda. Nelda Castillo construye un universo escénico fragmentado en el que los espectadores funcionamos como bisagras. Esta forma del collage contiene en sí misma una autocrítica que se produce desde la combinación de los materiales y permite la percepción consciente del choque de un mundo oculto en otro: la precariedad material, espiritual y cívica tras la imagen triunfalista (“Nuevos retos, nuevas victorias”) del discurso del poder.

Tanto en Variedades Galiano y Rapsodia para el Mulo, como en Cubalandia y Triunfadela observo un desplazamiento en esa metáfora de lo cubano que El Ciervo Encantado elabora. Desde una urgencia por conectarse con zonas más específicas de la Cuba actual, irrumpen en el escenario subjetividades como la Claria, el Mulo, la China, el Cabilla…, mezcla de lo ficcional y lo real (el buzo, el carretillero, el cuentapropista, el ex presidiario), cuerpos que documentan el fracaso de la utopía política. Esta deriva escénica de los excluidos, estos ingredientes que quemaron el ajiaco y que emergen del fondo del caldero social a la superficie del escenario (“en fi la india y con entusiasmo”)5, producen una apertura formal en la naturaleza de los materiales y en las maneras de componerlos, las grietas de lo real descarnado6 atraviesan entonces el paisaje simbólico.

Y más allá de lo que puedo poner en ideas, hay algo que me emociona de Triunfadela. Ver el documental de Nicolasito Guillén Landrián, Taller de Línea y 18 (1971), más de 40 años después, en el Taller de El Ciervo Encantado. Hay una mística del espacio y del tiempo en el acto de mirar ese documental en ese lugar. Un ahí y ahora teatrales que se refuerzan ante el acontecimiento de develar escénicamente que habitamos un espacio marcado por las huellas de la cultura (humana, histórica, artística y política)7. Y lo anterior se hace visible en el diálogo entre la obra audiovisual de Landrián, el espacio físico y el performance en escena de Nelda Castillo. Y para mí, como espectadora, ese gesto también se convierte en una obra que se llama Triunfadela. Como igual de emocionante es disfrutar el testimonio del joven en servicio militar y pensar el diálogo artístico entre la obra de Lázaro Saavedra (padre), la exposición actoral del hijo y la poética de El Ciervo Encantado. Y para mí, como espectadora (repito), ese gesto también se convierte en una obra que se llama Triunfadela.

Notas:
1 Mientras miraba esta máscara pensaba en la puesta en escena La panza del caimán, del grupo camagüeyano Teatro del Espacio Interior.
2 No me gusta esta categoría para analizar las estrategias de construcción de este tipo de teatralidad, pero la utilizo conscientemente para estar a tono con algunos amigos con los que discutía sus impresiones sobre la obra y me planteaban que no “progresaba”.
3 Así la definen las palabras del programa de mano.
4 Hay una relación entre participación escénica y participación política que la obra plantea de modo bien crítico. Desde los momentos más notables como cuando le dan la palabra a los espectadores y les entregan por escrito lo que tienen que decir, o cuando hacen la votación y declaran una unanimidad que no es cierta, hasta las reacciones y relaciones particulares de los espectadores a partir de la interacción con la propuesta. Tuve la posibilidad de ver dos funciones completamente diferentes debido a ello.
5 Nelda Castillo: “Variedades Galiano”, en El Ciervo Encantado. Textos de la memoria, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2012.
6 Grafitis, grabaciones, audiovisuales, el orine de la actriz en Variedades Galiano y en Rapsodia…, la prensa plana, por solo poner algunos ejemplos.
7 Una sensación similar sentí en el café-teatro La última (es)cena cuando develaron el vitral de su sede anterior, la capilla de la Casa de 5ta y D, en la que falleció el general Máximo Gómez.

 Tomado de El Comején, Boletín Digital de Crítica de Espectáculos, Marzo-Abril de 2015

Alocución realizada por el compañero Samuel Hernández Dominicis a propósito del acto acometido por los integrantes de El Ciervo Encantado




por Samuel H. Dominicis

Compañeros y compañeras:

Aunque me gusta sobremanera el teatro, porque a mi entender integra excepcionalmente las artes, no soy un hombre de la escena. De ahí que cualquier posible acercamiento que intente producir sobre esta manifestación, será desde mi formación en los procesos de la visualidad y no desde mi vocación. Afortunadamente Nelda Castillo, directora del grupo El Ciervo Encantado, esta vez me la ha puesto fácil. Su más reciente espectáculo, Triunfadela, está defi nido desde el cartel que lo anuncia como un “performance en escena”. En otras palabras, su último trabajo está dentro de mi campo de acción y puedo darme gusto en su abordaje sin que me acusen de intrusismo profesional.

Desde que vi la gráfica que anunciaba el estreno, un dibujo a líneas de Arístides, asocié la puesta con la capacidad de los cubanos de enfrentar las múltiples adversidades de la vida diaria de la manera más creativa posible. Ese don de asumir la cotidianidad siendo músico, poeta y loco, sin morir en el intento ni perder cierto humor negro que revolotea en torno a este desafío. La triunfante habilidad de "resolver", como diría el cubano más rellollo. Así, sin saber a lo que me enfrentaba y para referirme a lo que vería medio en broma, decía “Triunfadera”.

Hasta este punto, muchos podrán achacarme que hablo de una puesta diferente; que asistí sin dudas a una función especial donde el performance tomó otro giro. A carcajadas dirán que la crítica, como suele suceder con el cine, relata lo que nunca aconteció en la obra. Pero las imágenes en el teatro de Nelda Castillo no son gratuitas, y esta mujer de múltiples brazos, como las antiguas deidades orientales, no fue seleccionada en vano. Así que no se desespere amigo lector, que en apenas unos párrafos conectaré esta primera impresión con los múltiples sentidos que la performance propone de la manera más orgánica posible. Así que, téngalo presente.

Pero regresemos al principio: Triunfadela. Desde el nombre asistimos ya a una amalgama de múltiples significados. El título proviene de la unión de las palabras triunfo y citadella, por lo que en la lectura más trivial y primaria estaríamos adentrándonos en los predios de la ciudad del triunfo. Acá, seguidores del trabajo de El Ciervo, hay que manejar sentido y contrasentido. Pero citadella también alude al espacio fortificado, una analogía entre la isla y el discurso político que esta ha propuesto por más de medio siglo.

Y es precisamente sobre los efectos de la exposición prolongada al discurso político, desde una perspectiva antropológica, que indaga esta performance. Una relectura del presente desde el análisis de las huellas de las consignas y las vallas, de los vestigios de los lemas y las marchas triunfantes. Una mirada a aquellos cubanos que durante tanto tiempo han sido objeto y sujeto de rimbombantes metarrelatos épicos y heroicos; de reveses de toda índole convertidos en victorias políticas y morales.

Son pasadas las 8:00 y ya hay público en la puerta del teatro a la espera. Los visitantes conversan, miran sus celulares, leen el programa. Sin notarlo, ha comenzado la propuesta. Frente a ellos, las paredes de un edificio en ruinas que ocupa la manzana conformada por las calles Línea y 11, 18 y 20. El inmueble, para quienes conocen su historia, ha quedado como monumento a lo que ya no está, recordándonos las carencias de los artículos que allí alguna vez se produjeron. Terminal de tranvías, fábrica de carrocerías de ómnibus Claudio Argüelles Camejo, fábrica de bicicletas Pipian, han sido algunos de sus usos. Ahora forma parte de la performance que en apenas unos minutos va a comenzar, pero aun no es consciente el espectador.

(Aplausos)

Una vez en la sala, la imagen del edifi cio descrito anteriormente aparece en una pantalla. Es el preludio de la primera obra: Taller Claudio A. Camejo Línea y 18, de Nicolás Guillén Landrián. Con apenas 15 minutos, el cortometraje registra parte del proceso asambleario del centro para seleccionar al secretario de la sección sindical. Las imágenes de esta reunión se contrastan con las de la línea de montaje del ómnibus Girón, donde se explica cómo se adapta el chasis de un camión a las necesidades de este transporte ya que no se fabrican en Cuba estas piezas. Aquí vemos a sujetos anónimos, trabajadores comunes que quizás aun vivan en las inmediaciones del centro, replicando en su espacio laboral cotidiano las estrategias discursivas de los líderes históricos de la Revolución en alocuciones multitudinarias. El material fue sumamente polémico en su época e incluso censurada su exhibición.

En la actualidad, el metraje no solo se resemantiza con el cambio de las condiciones socio económicas del país y la pérdida de sentido de muchos de los discursos que en este se ilustran. El hecho de preservarse aún el espacio fabril en desuso, así como la actual crisis del transporte público contribuyen a encontrar nuevas lecturas en el mismo. Para los más jóvenes, tiene además un valor documental incalculable. Siempre he valorado como difícil la tarea de mis padres cuando los interrogo, en su carácter de protagonistas, sobre situaciones que hoy parecen simplemente surreales, o más bien salidas de lo "real horroroso".

Aunque no quiero detenerme en el análisis exhaustivo de este material, porque ese sería otro texto y su espíritu se conecta a la perfección con la segunda propuesta del performance, me gustaría señalar algunos detonantes de sentido fundamentales en el mismo. Manejados sobre todo desde la reiteración, aparecen una imagen de Lenin en el mural, el omnipresente altoparlante, las marchas entre la banda sonora, las consignas que definen bandos (Esta es nuestra trinchera ¿Cuál es la tuya?; Los que no tengan valor de sacrificarse, han de tener el pudor ante los que se sacrifican.) y sobre todo dos preguntas: ¿Está usted dispuesto a ser analizado por esta asamblea?; ¿Usted está de acuerdo? Así mismo vale recordar una intervención más, pues así como los líderes históricos crearon las definiciones que guían aun hoy el proceso, los hombres comunes también reproducen estos patrones y conforman las suyas propias. Se registra aquí el eco de la exposición a las cápsulas doctrinales que quedan tras grandes discursos, repetidos como fórmulas inalterables, devuelto como producto aparentemente propio:

Si yo tuviera que darle un consejo a un dirigente sindical le diría no te creas que te lo sabes todo, cualquiera te da una idea mejor que la tuya. Pero cuando estés convencido de algo discútelo hasta que te convenzas de lo contrario. Un dirigente tiene que ser revolucionario, no le basta con ser buena gente y consolar a todo el mundo. Y debe dar siempre una respuesta.

(Ovaciones)

Termina la proyección y entra en escena un segundo personaje. La solución visual evoca una pieza de Antonia Eiriz de la década del 60: El vendedor de periódicos. Se desplaza por el espacio escénico un personaje popular relegado en cuanto a su función social y a sus ingresos. Este, desde su anonimato cotidiano y como los participantes de la asamblea de la fábrica, es víctima/resultado de la digestión de los códigos discursivos de una ínsula verde olivo. Colocado ante un podio que viaja consigo, como parte integrada a su cuerpo, comienza a recitar un trabalenguas ininteligible de odas, apologías, cantos, glorias y alabanzas. Entre ellos, sonidos onomatopéyicos de la victoria, si acaso esto fuera posible, cantada en la clave cubana.

Al terminar este monólogo, el personaje aborda al público convocándolo a hacer uso de la palabra. Este ejercicio está condicionado a la lectura de una intervención preparada de antemano. Por ello, ocupar el papel de orador, alzándose ante la mayoría en un pequeño espacio temporal de poder, es parte de una puesta en escena donde se repite en otras bocas el gran discurso, la consigna triunfante que silencia la individualidad y las palabras propias. Lo más alarmante de estas intervenciones, hilarantes en ocasiones por lo absurdo de su significado, quizás sea que revelan construcciones gramaticales y de sentido repetidas una y otra vez en espacios cotidianos de socialización.

Y esta repetición aparece no solo en el uso de la palabra, si no también en aquellos carteles que invaden los espacios públicos y estatales a propósito de cualquier fecha o hecho histórico. Pancartas que aparecen para mostrar nuestro compromiso, nuestra integración, para erradicar dudas y para cumplir con la emulación, la indicación o la circular. También, y aquí conecto el párrafo de la habilidad de sortear cualquier adversidad, para guardar las apariencias y no llamar la atención, el no marcarse. Revelando entonces cuán profundo han calado estos discursos en nuestra psiquis, cuanta paranoia asociada a la presencia o no de estos mensajes. Aquel deseo de La China de estar protegida por todos lados con su indio y su cartel de la Revolución pujante.

Al finalizar, el público ha sido zarandeado hacia la reflexión y el autoestudio de su devenir dentro del metarrelato tropical. Ha estado en una posición difícil donde se ríe de sí mismo, se percata de que es víctima de la reproducción de códigos épicos de un proceso que fabula su día a día de forma grandilocuente y termina aplaudiendo y ovacionando la performance que lo ha diseccionado de forma tan profunda. Fiel a su formación, ha sido objeto de la crítica y de la autocrítica, como siempre se le ha pedido; solo que esta vez ha accedido de forma voluntaria ha ser analizado, como los compañeros de aquella asamblea. Más complejo aún, como acto de esparcimiento…

Quizás nos queden todavía algunos años siendo esos compañeros y compañeras, como revela la performance. Vivimos de manera apasionada y llevamos la ideología en nuestros poros. Aún deambulan aquellos sujetos que fueron y se creyeron los grandes líderes del micro espacio y hoy ya no son nada. Me gustaría pensar que antes de que nazcan mis hijos seremos ciudadanos y ciudadanas, y todo este texto será simplemente, como muchas otras, una historia difícil de contar.

Muchas gracias

(Aplausos y ovaciones)

Tomado de El Comején, Boletín Digital de Crítica de Espectáculos, Marzo-Abril de 2015

miércoles, 15 de abril de 2015

A propósito del Perro de Pavlov


Por: Ahmel Echevarría

El Déjà vu. Experimentarlo incluso en un texto. O propiciarlo en el lector con los párrafos iniciales de un artículo ya publicado. Intentarlo de este modo: 
“Sucedió un domingo. Era marzo, de tarde en el municipio Plaza, en la (nueva) sede del grupo de teatro El Ciervo Encantado, exactamente a un costado del Taller de Línea y 18. A las 8:30 de la noche se desencadenaría Triunfadela. En el inicio de la obra aconteció el reencuentro con Nicolás, Nicolás Guillén, Nicolás Guillén Landrián. 
Sobre la puerta de entrada, en una pantalla la imagen de un inmueble azul, (casi) en ruinas. Era el antiguo taller de ómnibus Girón. La foto como una suerte de intro, porque en la pantalla transcurrió el documental Taller de Línea y 18.”
Pero no se trata de experimentar, en singular y de manera súbita, una experiencia o momento de vida que me atañe solo a mí, sino un evento colectivo en el que han estado implicados un gran número de individuos. Y cuando digo “gran número” e “individuos” hablo de “millones” y “cubanos”. Experimentarlo de manera súbita, a un costado del Taller de Línea y 18, con El Ciervo Encantado y la obra Triunfadela (performance en escena), dirigido por Nelda Castillo.
De la nota del programa: Esta obra patafísica, revista política, joco-seria y bailable, investiga ese impulso inconsciente, sembrado en lo más profundo de nuestro cuerpo, que se proyecta sin que podamos evitarlo, fruto de una acendrada tradición. 
Es cierto, una “acendrada tradición”. Y ahí es donde podría encontrar terreno la (loca) idea del Déjà vu. Porque en escena —dos gradas a ambos lados del escenario, al fondo una suerte de estrado, pancartas en paredes y el suelo—, literalmente con muy pocas palabras y mucha fanfarria se nos ubica al interior de uno de esos tantos episodios vividos en nuestro devenir en Cuba, un archipiélago pródigo en actos multitudinarios u otros de pequeña escala que reproducen (casi una copia al calco) el mismo modus operandi.
Y con muy poco, en la obra de El Ciervo Encantado se nos abduce o nos llevan a experimentar una concentración (actos en donde a la Cultura a ratos se le asigna el espacio de las “pinceladas”) en el parqueo de una fábrica, el patio de la escuela o el teatro de la universidad, el salón de actos de un hospital o centro de investigaciones, el barrio, más una lista de ejemplos que terminaría en... Pienso específicamente en uno, ese no puede ser otro que la plaza en donde El Ciervo Encantado encontró el espacio de interacción con el público. 
En Triunfadela, un actor es al mismo tiempo pequeño escenario: hombre o mujer ejecutando la condición de tribuno-tribuna. Su vestuario, que puede ser militar que puede ser fabril que puede ser agrario que puede ser espartana muda de ropas de alguien a la cabeza de algo (Sindicato, Comité de Base, Brigada, Colectivo, pelotón...), incluye micrófonos (falsos micrófonos como organillos medio enhiestos nacidos en el tejido adiposo del abultado abdomen) para multiplicar el alcance, en cuanto a decenas o centenares de oídos, de un discurso en donde —al parecer— solo importa la modulación y proyección de algo enunciado desde la individualidad hacia la masa, en este caso el público asistente a la obra, con la ubicación de palabras clave en momentos significativos del monólogo o discurso, y el movimiento de los brazos para acentuar el performance de quien se desata en la tribuna. 
El orador dispara en ráfagas no solo una intensidad sonora para enardecer antes que amodorrar, también incontables gotas de saliva visibles cuando en la parábola de vuelo atraviesan zonas de luz. El humor acuoso producido por las glándulas salivares, el discurso a pesar de la xerostomía o la sialorrea, la salivación como reflejo condicional a manera de respuesta ante un estímulo. 
En Triunfadela podrías verte... verte a ti mismo tanto en la tribuna o al interior de la masa (remarcar, redundancia en la escritura, machihembrar la redacción del texto con una obra en cuya fuente de investigación e inspiración está la obra de Niolás Guillén Landrián, Rafael Rojas y su libro El arte de la espera, parte de la obra de Antonia Eiriz, nuestros periódicos, el susurro de Tania Bruguera, más la fidelísima habana de Gustavo Euguren, y Alfred Jarry, y la compilación Más de cien años de humor político, también La selva oscura. De los bufos a la neocolonia de Rine Leal, El humor otro de Chago Armada, Lázaro Saavedra con Narcigogia, y 1, 2, 3 probando de Galería DUPP). Podrías verte  cuando en la tribuna estuviste, o cuando en el matutino transcurrió tu momento frente al resto de la escuela, o en tu intervención tras levantar la mano, o cuando fuiste conminado a emitir un criterio. 
En Triunfadela estamos casi todos, porque el tribuno-tribuna cede la palabra... no, no la cede, elige a alguien del público para que este se integre o diluya en ese sonido modelado por labios y lengua. El elegido por unos minutos deja de ser masa amorfa y se convierte en un flujo de cifras, adjetivos, sustantivos, preposiciones, artículos que son una suerte de ilusión a manera de confirmación. Aplausos solicitados por el tribuno-tribuna, fanfarrias como parte de la labia del hombre-mujer tribuno-tribuna.
A ese discurso le atañe la zafra y el café, la pesca y las ferias del libro, la fabricación de calzado, el ganado mayor y menor, la educación, la ciencia y la salud, las frutas y vegetales, la erradicación de focos y vectores, las campañas de ahorro, el destino de la patria, las microbrigadas...
En las notas del programa se apuesta por una teoría a propósito de ese actuar, ese discursar, aquella en donde se contempla la posibilidad de que la inmensa mayoría “estemos bajo los efectos de alguna sugestión o de una substancia psicotrópica, como el Psilocybe Cubensis”. ¿Sugestión colectiva o el consumo de un té a partir del hongo que germina en la bosta de las vacas? ¿Acaso es una respuesta o reflejo condicional producido por un estímulo?
Pensar en la sugestión, el té de hongos, en el condicionamiento pavloviano.
Mirar atrás, encontrar el origen.


martes, 31 de marzo de 2015

Triunfadela, una redundancia

Por: Carlos M. Álvarez

Nelda Castillo ha vuelto a la carga. Ahora con Triunfadela, un absurdo patafísico.
Teniendo en cuenta que la obra no es más que una mera transcripción de la simbología épica y del altisonante discurso ideológico en el que nos incubamos los cubanos durante la última temporada histórica, quizás no sea exagerado afirmar que hemos estado viviendo ahí: en un absurdo patafísico general y legítimamente instaurado.

Solo tendríamos que pensar el país como un teatro: con sus periódicos, con sus actos multitudinarios, con sus arengas militares, con todo lo que se transformó, a fuerza de costumbre, en idiosincrasia. Porque la idiosincrasia es eso: una costumbre que se sedimentó.
Aquí cabría recordar, además, que la patafísica de Jarry, con Ubú Rey o con Doctor Faustroll, fue altamente contrastante entre el público parisino de fines del XIX y principios del XX, combinando de igual manera los vítores más sonados con los insultos más agresivos. Y eso, al parecer, es lo que también hemos hecho nosotros, los cubanos. Hemos actuado. Con la única diferencia de que hemos sido nuestro propio público. Bebedores de absenta, nos hemos vitoreado, nos hemos insultado, y en medio de la sordina, como una columna de poderoso humo, emergió o se potenció otro rasgo del carácter nacional.

No en lo que decimos, ni siquiera en cómo lo decimos, sino en el volumen con que lo decimos. La opinión del cubano ya es, de por sí, un parlante, con un evidente sinsentido gramatical: escribimos la oda patria en modo imperativo, pero hablándole a la primera persona del plural. Y obvio: no tenemos que aclarar que la salud de un país también pasa por su sintaxis.
Nelda, que hurga, que parece un topo agrimensor, finalmente se percató. Y Línea y 18 –la nueva sede de El Ciervo Encantado– se ha vuelto durante marzo un espejo, un prontuario, un hilarante speech. Aunque no sabemos, como espectadores, si la obra es una alegoría nuestra o si, al cabo, no hemos sido más que una alegoría de la obra.

Hay un sargento que monologa para los soldados recién ingresados en la previa del servicio militar, y que entona, por ejemplo, lo siguiente: “¡Se que-ma la fábrica de fósforos! ¡Se que-ma la fábrica de fósforos!” “¡Si tú tienes una jeva… dale un buen tubazo! ¡Si tú tienes una jeva… dale un buen tubazo!” Etc.

Hay un orador que perora, con dos micrófonos que salen de unos senos o de una barriga abultada e informe. El orador, dentro de su balbuceo, a veces balbucea en una jerga aún más inentendible, suelta verdaderas longanizas onomatopéyicas, que, sin embargo, son las que más nos desternillan. Es decir, sí que las entendemos.

Hay varios reportes de prensa, pero eso ya yo lo sabía, que no hay mejor comedia que los periódicos cubanos, y que con solo cambiar nuestro chip de lectores, estaremos ante varios suplementos humorísticos de la mayor calidad. Hay un punto de horror en la diversión que nos provoca Triunfadela. Y hay muchas trampas sembradas en nuestra psique, que la obra desyerba con desenfado y casi al descuido, como un agricultor entusiasta o como un soldado con recargo de servicio.

No necesariamente tenemos que asistir a la puesta. Basta con que captemos el método de El Ciervo… Salgamos a la calle e imaginemos un montaje. Nos vamos a llevar un susto. Nuestra seriedad –toda nuestra seriedad– puede ser una dignísima broma.


lunes, 2 de marzo de 2015

Triunfadela (Nuevas fotos)


La actriz Mariela Brito en Triunfadela
 performance en escena de El Ciervo Encantado, 
con dirección de Nelda Castillo

(Fotos: Ernesto Manuel López)