Maité
Hernández-Lorenzo
La emisión estelar del Noticiero de la Televisión Cubana informaba el
viernes 17 de febrero que casi un millar de cubanos habían sido devueltos a la
Isla por las autoridades migratorias de países de la región. A pesar de la
suspensión de la política de “pies secos, pies mojados” –último gesto, que se
sepa, de Barack Obama en el avance de la “normalización” de las relaciones con
Cuba, días antes de dejar la Casa Blanca– muchos cubanos y cubanas se
encaminaron, por mar o por tierra, hacia los Estados Unidos.
Mientras escribo estas líneas, un día apacible en La Habana, miles de
cubanos están varados en la ruta del sur, en una selva desconocida, entre
extraños, cruzando ríos caudalosos nunca vistos aquí, rodeados de peligros,
amenazas conocidas quizá en las películas clase Z. Mientras esa tragedia
nacional está sucediendo fuera de las fronteras de lo “nacional” en todos los
términos posibles, El Ciervo Encantado presenta Departures, su más reciente espectáculo.
Cuba ha sido eje y sustancia prístina de los trabajos del grupo desde
que se fundara en 1996 por Nelda Castillo y Mariela Brito junto a un grupo de
jóvenes actores que ya no está en el colectivo pero que marcaron su repertorio
durante muchos años. Su núcleo fundacional, Castillo-Brito, se adentra esta vez
en un tema que, aunque abordado en la dramaturgia cubana, directa o
indirectamente, con una producción más notable en los autores cubanos
residentes en Estados Unidos, sigue estando rezagado en una agenda abierta y
participativa de las múltiples comunidades cubanas.
Departures es un acto. Un
acto de justicia, de resistencia, un acto confesional. Frente a la oscuridad de
la luneta, una sala de espera de un aeropuerto. Mariela Brito, actriz y
testimoniante, está sentada con unos audífonos a través de los cuales no solo
ella escucha la música; nosotros también. Sobre los asientos dispuestos
geométricamente en el salón, en esa suerte de no lugar que podría ser la
ilustración física del in between o el guion de Pérez Firmat que une y separa,
fotos, en blanco y negro y en colores, de cubanos y cubanas que viven o han
vivido fuera de la Isla.
Algunos de los retratos están acompañados por cartas. En ellas, esas
personas le responden a El Ciervo Encantado por qué se fueron. “¿Por qué se van
de Cuba?”, también nos pregunta a los que estamos de este lado del “cristal”.
Es gente que ya no está. Amigos, familia, compañeros de estudio de
Mariela, que configuran un nido de afecto generacional. Logramos reconocer a
algunos. Entre esas fotos vemos a Severo, a Cabrera Infante, Reinaldo Arenas,
Ana Mendieta, fuentes que han nutrido, durante más de veinte años, las obras de
El Ciervo, y forman parte, además, del más profundo tejido sensible de la
cultura y la dimensión espiritual de nuestra nación. Los que estuvieron y ya no
están, pero siguen estando de muchas formas.
“El punto de partida fue el texto final de Guan melón…!! Tu Melón…!!
(‘Hoy se ve al pobre cubano / penando por los caminos / como errante peregrino
/ con el bultico en la mano’). Dejó una pregunta en el aire, y a partir de ahí
comenzó la investigación de la historia del éxodo, desde el 1959 hasta hoy. En
esa búsqueda, fui conectando con mi propia historia, zambulléndome,
profundizando en cada momento. Cosas que incluso había olvidado, de las que no
hablaba con nadie, cosas íntimas. Ahí se fue armando la estructura”, dice
Mariela en un diálogo breve al finalizar.
Mariela nació en 1968 en Matanzas. En una familia que contenía una
parte “integrada” al proceso revolucionario, y otra, que sufrió la expropiación
de la Ofensiva Revolucionaria y la experiencia de los Campamentos de Apátridas.
Esa otra parte decidió irse y, desde los años 70, tiene su dirección en la
Florida.
En ese espacio iluminado con una luz fría, sin ningún artificio
teatral, Mariela va contando su propia historia, respondiendo por qué se
fueron. Es ella, con los otros, quien tiene la voz para narrar una historia que
es parte del relato supranacional, y sin la cual la Isla estaría incompleta.
Aparentemente, ella también está esperando irse, no está claro si de
regreso a la Isla o si de partida. Pero una partida, al fin y al cabo. En su
relato, plural e inclusivo, va trazando una ruta dolorosa, dejando una cicatriz
viva y punzante sobre los vaivenes de una isla cuyo destino, al menos uno de
ellos, ha sido durante demasiado tiempo una sangría de carne y espíritu.
Documentos, biografías, referencias reales son material para la
narración. Mientras lee las cartas de amigos confesando sus razones al irse de
Cuba, entre las cuales lo económico no es la única causa, Mariela va
deteniéndose en pasajes que marcaron con énfasis el éxodo: Operación Peter Pan,
Camarioca, los Viajes de la Libertad (vuelos directos Varadero-Miami), el
Mariel, el Maleconazo y el camino del sur hasta llegar a México.
La dramaturgia se estructura a partir de las microhistorias en un
contexto colectivo. Las biografías personales quedan atrapadas en las
circunstancias sociales, en la amalgama atropellada de un ahora. Víctimas de
coyunturas ajenas a su propio alcance, entre la balacera política; se van, se
siguen yendo.
En Departures hay una
tesitura finísima que reconocemos en el tono del enunciado. Las historias, no
solamente cercanas a Mariela sino a muchos de los espectadores, son sensibles a
una conexión inmediata, a una empatía que pasa por lo emocional. Pero
justamente en las pausas, en el énfasis confesional y a la vez resistente de lo
narrado, en el ir y venir de la actriz por ese espacio –que es también, como
ella misma afirma, “el lugar para la memoria, para los afectos, donde se guarda
lo más íntimo”–, en el detenimiento antes de la enunciación, en pensar bien lo
que vamos a decir como si estuviéramos dando a la luz un secreto bien guardado,
está, creo yo, el gesto político del performance.
El acto del habla es, entonces, el acto. Las historias son comunes,
conocidas por oralidad familiar, gracias a testimonios a mano o al cúmulo que
devuelve la producción artística. Sin embargo, lo que hace único este acto es
la cualidad del enunciado y desde donde se enuncia.
Nelda, en conversación con OnCuba, refería que “hacía falta en este
momento trabajar de otra manera. Nuestro performance siempre está en una zona
que no es teatro, ni artes plásticas o música, sino algo borroso. Necesitábamos
otra manera más sobria, fría, desprovista de todo lo teatral posible para que
hubiera otra voz, una voz más esencial, casi silenciosa”.
Para Mariela, “el tema se resistía a construir un personaje, una
máscara, una situación de representación. Nos fue ubicando en el tono y en la
forma, nos fue tirando todo el tiempo hacia lo performativo y el diálogo real,
la acción real con el espectador”.
Dentro de esos microrrelatos, saltan otros más relacionados a tensiones
internas cocinadas por ambiciones de poder a toda costa. En ese instante, se
produce un desvío de la atención. Se ilumina la sala y Mariela, por primera y
única vez, interactúa directamente con el público. Si el tono había creado una
cercanía palpable entre la luneta y el escenario, borrando de algún modo la
convención de representación, en este pasaje de su historia la actriz se acerca
al público y entrega, para que la pasen de mano en mano, una foto de ella
siendo niña, acompañada del mejor amigo de su hermano.
De Samuel, Mariela recuerda la sonrisa. Fue Samuel, casi un hijo para
la familia, quien corrió el rumor de que su hermano quería irse por el Mariel.
Ello provocó un violento acto de repudio contra la familia. En Samuel se
condensa la figura del traidor y el héroe, un personaje que también ha
recorrido, en una repulsiva y cuestionable ambivalencia, nuestra historia.
La portada del programa de mano es Family Exiles, pintura del artista
cubano Luis Cruz Azaceta, residente fuera de Cuba. Desnudos, cabizbajos,
derrotados, cargando sobre sus hombros el sustento vital, rezume dolor y
agonía. Son, en fin de cuentas, sobrevivientes, llegando o saliendo. Están en
cualquier orilla, en cualquier lugar del mundo. También mientras escribo estas
líneas, miles de personas están varadas, ahogadas o a punto de hundirse en el
Mediterráneo, o bajo el sol de los surcos áridos y polvorientos del desierto,
buscando siempre el norte, huyendo de la muerte más inmediata e innegociable:
la de la guerra.
“La pertinencia de hablar de
esto es vital”, dice Mariela, café “del bueno” mediante. “No estamos en el
punto de que se recupere la memoria, sino de que piensen en lo que está pasando
ahora mismo. En la prensa se habla del problema de la migración en Europa, de
la gente que está huyendo de sus países porque están cayendo bombas, pero no se
menciona que en Cuba la gente está saliendo sin caer una bomba. No solo es por
la ley de ajuste o la de ‘pies secos, pies mojados’”.
“Con la suspensión de esa política se pone un freno, pero la gente va a
buscar otras maneras, ya las está buscando; las soluciones existen. Todavía hay
gente lanzándose al mar con la esperanza de entrar y no ser capturados, de
vivir ilegalmente como lo hace el resto de los latinoamericanos. El origen no
está en la ley de un país. Es necesario hablar de eso ahora mismo”.
“En todos estos años, una y otra vez, la gente sigue yéndose. Hay que
preguntarse qué hay que hacer para detener eso. Es cierto que la migración
existe en el mundo entero, pero no en esa manera de estampida que ocurre por
periodos”, dice Nelda mientras fija la mirada en los espectadores que al
finalizar la función han aceptado la invitación de Mariela a acercarse a las
fotos y leer las cartas que no fueron leídas durante el espectáculo. Es
curioso, ninguno se sienta.
En los momentos finales, cuando una pantalla anuncia la partida,
Mariela levanta una foto que ha permanecido sobre una silla. Es la suya. Se
acomoda la mochila, los audífonos y sale. En esa misma pantalla, aparecen
imágenes de cada momento del éxodo desde 1959. La voz de Willy Chirino y Celia
Cruz se reconocen en el tema La Cuba mía acompañando el audiovisual.
Cierra, en total silencio, una serie de instantáneas actuales de
cubanos en la travesía por la selva, una larga trayectoria que conecta, cual
columna vertebral, el sur de América a su norte. “Ese fragmento está en
silencio porque no puede haber distracción”, explica Mariela, “está pasando
ahora mismo. Es un tema gravísimo porque la mayoría que se va son jóvenes y
vivimos en un país que está envejeciendo”.
“¿Dónde están los testimonios de
la gente que ha sido extorsionada por los coyotes, los que han perdido todos
sus bienes? Lo que está pasando ahora mismo en la selva debería darse a conocer
para que la gente vea a lo que se expone. Porque se crea el equívoco de que no
es tan difícil ni peligroso. No se trata como el horror que es. Eso hay que
decirlo, plantearlo. Nosotras hemos tratado de hacer algo que de alguna manera
hable de ese espanto, hacer conciencia de verdad”.
Para concluir nuestro diálogo, pienso en la pregunta que siempre me
hacen cuando salgo de Cuba. Es una pregunta incómoda, una suerte de morbosa
curiosidad para algunos. Al final, nos quedamos aquí o allá, es un verbo que
sirve para ambas direcciones. Quiero que ellas me respondan: ¿Por qué se
quedaron aquí?
“Yo me fui y regresé”, me dice Mariela. “No soporté el desarraigo. Me
fui con toda la ilusión. En México estuve trabajando en el mejor lugar donde
podía estar, ganando un buen sueldo. Pero era profundamente infeliz. No soporté
esa infelicidad y esa soledad. Ya lo probé y sé que para mí es muy difícil la
experiencia del desarraigo.”
“En mi caso –comenta Nelda– fue
un acto de resistencia. En los 80 no tenía dónde vivir, me botaron del ISA, me
crearon una especie de expediente durante la profundización revolucionaria que
sucedió en ese periodo en la universidad. Me expulsaron por un supuesto fraude
que no cometí y nunca probaron. A la semana siguiente, en una reunión de
depuración dijeron que yo escuchaba chistes contrarrevolucionarios y no les
salía al paso. Pero ya no estaba en la escuela, no era un caso para depurar.
Fue magnífico que me botaran por fraude y no por problemas ideológicos, de lo
contrario no hubiera terminado mi carrera de teatro en ninguna escuela. Esperé
un año y medio, y regresé a la universidad. En ese tiempo ocurrieron los
sucesos de la Embajada de Perú. Todo el mundo pensó que yo me iría. Pero me
dije “voy a volver a la escuela, me voy a graduar, y voy a ser actriz en mi
país. Ninguna circunstancia me puede obligar a irme de mi país”. Y así fue. Esa
es mi historia. Fue un acto de resistencia.”
Estamos terminando el café. “De El Escorial”, me dice Nelda. “Hago la
cola bien temprano, lo compro en grano y lo muelo en la batidora. Así sé que
estoy tomando café de verdad.” Y yo recuerdo a mis amigos que me envían La
Llave. Cada cierto tiempo, llega la bolsita verde a mi casa. Nunca he visto su
grano de café. No sé de qué tierra proviene.
Departures se presenta
viernes, sábados y domingos, siempre a las 8:30 pm, hasta el 5 de marzo, en la
sede de El Ciervo Encantado, en Línea y 18, El Vedado.