por Samuel H. Dominicis
Compañeros y compañeras:
Aunque me gusta sobremanera
el teatro, porque a mi entender integra excepcionalmente las artes, no soy un
hombre de la escena. De ahí que cualquier posible acercamiento que intente
producir sobre esta manifestación, será desde mi formación en los procesos de
la visualidad y no desde mi vocación. Afortunadamente Nelda Castillo, directora
del grupo El Ciervo Encantado, esta vez me la ha puesto fácil. Su más reciente
espectáculo, Triunfadela, está defi
nido desde el cartel que lo anuncia como un “performance en escena”. En otras palabras,
su último trabajo está dentro de mi campo de acción y puedo darme gusto en su
abordaje sin que me acusen de intrusismo profesional.
Desde que vi la gráfica que
anunciaba el estreno, un dibujo a líneas de Arístides, asocié la puesta con la
capacidad de los cubanos de enfrentar las múltiples adversidades de la vida diaria
de la manera más creativa posible. Ese don de asumir la cotidianidad siendo
músico, poeta y loco, sin morir en el intento ni perder cierto humor negro que
revolotea en torno a este desafío. La triunfante habilidad de
"resolver", como diría el cubano más rellollo. Así, sin saber a lo
que me enfrentaba y para referirme a lo que vería medio en broma, decía “Triunfadera”.
Hasta este punto, muchos
podrán achacarme que hablo de una puesta diferente; que asistí sin dudas a una
función especial donde el performance tomó otro giro. A carcajadas dirán que la
crítica, como suele suceder con el cine, relata lo que nunca aconteció en la
obra. Pero las imágenes en el teatro de Nelda Castillo no son gratuitas, y esta
mujer de múltiples brazos, como las antiguas deidades orientales, no fue
seleccionada en vano. Así que no se desespere amigo lector, que en apenas unos
párrafos conectaré esta primera impresión con los múltiples sentidos que la
performance propone de la manera más orgánica posible. Así que, téngalo
presente.
Pero regresemos al
principio: Triunfadela. Desde el
nombre asistimos ya a una amalgama de múltiples significados. El título
proviene de la unión de las palabras triunfo y citadella, por lo
que en la lectura más trivial y primaria estaríamos adentrándonos en los
predios de la ciudad del triunfo. Acá, seguidores del trabajo de El Ciervo, hay
que manejar sentido y contrasentido. Pero citadella también
alude al espacio fortificado, una analogía entre la isla y el discurso político
que esta ha propuesto por más de medio siglo.
Y es precisamente sobre los
efectos de la exposición prolongada al discurso político, desde una perspectiva
antropológica, que indaga esta performance. Una relectura del presente desde el
análisis de las huellas de las consignas y las vallas, de los vestigios de los
lemas y las marchas triunfantes. Una mirada a aquellos cubanos que durante
tanto tiempo han sido objeto y sujeto de rimbombantes metarrelatos épicos y
heroicos; de reveses de toda índole convertidos en victorias políticas y morales.
Son pasadas las 8:00 y ya
hay público en la puerta del teatro a la espera. Los visitantes conversan,
miran sus celulares, leen el programa. Sin notarlo, ha comenzado la propuesta.
Frente a ellos, las paredes de un edificio en ruinas que ocupa la manzana
conformada por las calles Línea y 11, 18 y 20. El inmueble, para quienes
conocen su historia, ha quedado como monumento a lo que ya no está,
recordándonos las carencias de los artículos que allí alguna vez se produjeron.
Terminal de tranvías, fábrica de carrocerías de ómnibus Claudio Argüelles Camejo,
fábrica de bicicletas Pipian, han sido algunos de sus usos. Ahora forma parte
de la performance que en apenas unos minutos va a comenzar, pero aun no es
consciente el espectador.
(Aplausos)
Una vez en la sala, la
imagen del edifi cio descrito anteriormente aparece en una pantalla. Es el
preludio de la primera obra: Taller Claudio A. Camejo Línea y 18, de
Nicolás Guillén Landrián. Con apenas 15 minutos, el cortometraje registra parte
del proceso asambleario del centro para seleccionar al secretario de la sección
sindical. Las imágenes de esta reunión se contrastan con las de la línea de
montaje del ómnibus Girón, donde se explica cómo se adapta el chasis de un
camión a las necesidades de este transporte ya que no se fabrican en Cuba estas
piezas. Aquí vemos a sujetos anónimos, trabajadores comunes que quizás aun
vivan en las inmediaciones del centro, replicando en su espacio laboral
cotidiano las estrategias discursivas de los líderes históricos de la
Revolución en alocuciones multitudinarias. El material fue sumamente polémico en
su época e incluso censurada su exhibición.
En la actualidad, el metraje
no solo se resemantiza con el cambio de las condiciones socio económicas del
país y la pérdida de sentido de muchos de los discursos que en este se ilustran.
El hecho de preservarse aún el espacio fabril en desuso, así como la actual
crisis del transporte público contribuyen a encontrar nuevas lecturas en el
mismo. Para los más jóvenes, tiene además un valor documental incalculable.
Siempre he valorado como difícil la tarea de mis padres cuando los interrogo, en
su carácter de protagonistas, sobre situaciones que hoy parecen simplemente
surreales, o más bien salidas de lo "real horroroso".
Aunque no quiero detenerme
en el análisis exhaustivo de este material, porque ese sería otro texto y su
espíritu se conecta a la perfección con la segunda propuesta del performance, me
gustaría señalar algunos detonantes de sentido fundamentales en el mismo.
Manejados sobre todo desde la reiteración, aparecen una imagen de Lenin en el
mural, el omnipresente altoparlante, las marchas entre la banda sonora, las
consignas que definen bandos (Esta es nuestra trinchera ¿Cuál es la tuya?;
Los que no tengan valor de sacrificarse, han de tener el pudor ante los que se sacrifican.) y sobre
todo dos preguntas: ¿Está usted dispuesto a ser analizado por esta asamblea?; ¿Usted está
de acuerdo? Así
mismo vale recordar una intervención más, pues así como los líderes históricos
crearon las definiciones que guían aun hoy el proceso, los hombres comunes
también reproducen estos patrones y conforman las suyas propias. Se registra
aquí el eco de la exposición a las cápsulas doctrinales que quedan tras grandes
discursos, repetidos como fórmulas inalterables, devuelto como producto
aparentemente propio:
Si yo tuviera que darle un consejo a un dirigente sindical le
diría no te creas que te lo sabes todo, cualquiera te da una idea mejor que la
tuya. Pero cuando estés convencido de algo discútelo hasta que te convenzas de
lo contrario. Un dirigente tiene que ser revolucionario, no le basta con ser
buena gente y consolar a todo el mundo. Y debe dar siempre una respuesta.
(Ovaciones)
Termina la proyección y
entra en escena un segundo personaje. La solución visual evoca una pieza de
Antonia Eiriz de la década del 60: El vendedor de periódicos. Se
desplaza por el espacio escénico un personaje popular relegado en cuanto a su
función social y a sus ingresos. Este, desde su anonimato cotidiano y como los
participantes de la asamblea de la fábrica, es víctima/resultado de la
digestión de los códigos discursivos de una ínsula verde olivo. Colocado ante
un podio que viaja consigo, como parte integrada a su cuerpo, comienza a recitar
un trabalenguas ininteligible de odas, apologías, cantos, glorias y alabanzas.
Entre ellos, sonidos onomatopéyicos de la victoria, si acaso esto fuera
posible, cantada en la clave cubana.
Al terminar este monólogo,
el personaje aborda al público convocándolo a hacer uso de la palabra. Este
ejercicio está condicionado a la lectura de una intervención preparada de antemano.
Por ello, ocupar el papel de orador, alzándose ante la mayoría en un pequeño
espacio temporal de poder, es parte de una puesta en escena donde se repite en
otras bocas el gran discurso, la consigna triunfante que silencia la
individualidad y las palabras propias. Lo más alarmante de estas
intervenciones, hilarantes en ocasiones por lo absurdo de su significado,
quizás sea que revelan construcciones gramaticales y de sentido repetidas una y
otra vez en espacios cotidianos de socialización.
Y esta repetición aparece no
solo en el uso de la palabra, si no también en aquellos carteles que invaden
los espacios públicos y estatales a propósito de cualquier fecha o hecho
histórico. Pancartas que aparecen para mostrar nuestro compromiso, nuestra
integración, para erradicar dudas y para cumplir con la emulación, la
indicación o la circular. También, y aquí conecto el párrafo de la habilidad de
sortear cualquier adversidad, para guardar las apariencias y no llamar la
atención, el no marcarse. Revelando entonces cuán profundo han calado estos
discursos en nuestra psiquis, cuanta paranoia asociada a la presencia o no de
estos mensajes. Aquel deseo de La China de estar protegida por todos lados con
su indio y su cartel de la Revolución pujante.
Al finalizar, el público ha
sido zarandeado hacia la reflexión y el autoestudio de su devenir dentro del
metarrelato tropical. Ha estado en una posición difícil donde se ríe de sí
mismo, se percata de que es víctima de la reproducción de códigos épicos de un
proceso que fabula su día a día de forma grandilocuente y termina aplaudiendo y
ovacionando la performance que lo ha diseccionado de forma tan profunda. Fiel a
su formación, ha sido objeto de la crítica y de la autocrítica, como siempre se
le ha pedido; solo que esta vez ha accedido de forma voluntaria ha ser
analizado, como los compañeros de aquella asamblea. Más complejo aún, como acto
de esparcimiento…
Quizás nos queden todavía
algunos años siendo esos compañeros y compañeras, como revela la performance.
Vivimos de manera apasionada y llevamos la ideología en nuestros poros. Aún
deambulan aquellos sujetos que fueron y se creyeron los grandes líderes del
micro espacio y hoy ya no son nada. Me gustaría pensar que antes de que nazcan
mis hijos seremos ciudadanos y ciudadanas, y todo este texto será simplemente, como
muchas otras, una historia difícil de contar.
Muchas gracias
(Aplausos y ovaciones)
Tomado de El Comején, Boletín Digital de Crítica de Espectáculos, Marzo-Abril de 2015
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